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Miguel Ferrer

literatura

El Antón

El Antón.

Acá hace mucho frío por las noches... pero mucho...

Todas las noches lo espero...

Le dejo platos de comida y de agua. En las mañanas voy a ver los platos y ahí están… sin tocar. Pero el agua está congelada, es hielo.
Me preocupa…

Muchas veces se ausenta y después de una semana o más regresa… pero igual me preocupo.

Ahora, también le dejo abierta la puerta del patio de servicio y ahí comida y agua y una casita que le armé… tiene un a puertecita para que entre y quede semiencerrado. También voy a ver si está ahí. No está. Me preocupo

¿Dónde andará?

Acá arriba, en el cerro, hay perras en celo, también por el bajo, por todas partes…. El Antón anda en el medio, algunos vecinos lo ven y me cuentan… me tranquiliza… hace días que nadie lo ha visto… hace mucho frío… me preocupo.

 

Muchas veces el Antón me espera abajo… me hago el enojado, pero me gusta… subo y el se viene corriendo al lado, se adelanta, me espera… ladra, salen los perros de las otras casas, se ladran… a todos los vecinos les molesta… yo me río solo.

 

Bueno, son las 12 y acabo de llegar… mucho frío… el Antón no estaba abajo.

Llegué a mi casa… Mucho frío, nevó… veo algo raro allá en la escala… (Ojalá sea el Antón)… no se mueve… me acerco… ¡¡¡¡Es el Antón!!! Ahí está adormilado, con frío… qué raro, le dejé la puerta abierta del patio, comida y agua… y tiene su casita… ¿Qué hace acá?

Me ve, no me distingue… se queda ahí echado… me acerco… me reconoce, se sienta avergonzado… lo veo, está bien… quiere cariño, me alegro… sabe que hizo algo que no está bien… tengo que hacerle ver eso… le digo… ¿Y tú… adónde andabas?... Agacha la vista… le tomo la cabeza como siempre, se la rasco fuerte, es un cariño que le gusta, lo sigo rascando y lo sigo reprochando, él sabe que es una manera de decirle que me tenía preocupado… le hago cariño en el lomo, le remezco la cabeza… mueve la cola… me mira… y ahora sí… se para en las patas traseras y me pone las delanteras en el pecho… me agacho un poco, quedo a su altura… nos abrazamos…  ahí estamos… como siempre… Compadres.

Entro al patio a ver qué pasó, se comió todo y se tomó el agua, solamente me estaba esperando ahí, en el frío y no en su casita… Le pongo más comida, más agua… lo dejo, subo a mi pieza, enciendo este computador… bajo a verlo, no está, la comida y el agua están ahí… miro adentro de la casita… ahí está el Antón… durmiendo... se despierta, se ve cansado, no da más… pero me estaba esperando para saludarme, para que nos abracemos antes de echarse a descansar.

Ese es el Antón.

Miguel

El Abuelo

 

EL ABUELO

Cabeza cana. Hombre sabio y semianalfabeto. Alegre y amistoso. Viejo español. Isleño, de la hermosa Mallorca.

A los sesenta años se enfermó del corazón y el médico le recomendó mudarse a un microclima. Probó en Llolleo, un pueblito del litoral central donde efectivamente sintió alivio, aún así, no quería irse a vivir allá, lejos de la familia. Sin embargo, la porfiada realidad lo fue venciendo y convenciendo hasta que finalmente aceptó. Pero, puso una condición: se llevaría a su último nieto. Esperó que yo dejara el pecho de mi madre para llevarme con él y con mi abuela al encantador Llolleo de mi niñez.

Don Paco y don Ga llegan al Centro Español de San Antonio. Ahí está el hijo de don Paco y otros amigos.

Don Paco invita a jugar naipes, el hijo acepta, también don Lucio. Se instalan en la mesa de siempre, junto al ventanal que da al Océano.

Comienzan el juego. Al centro, un plato para colocar el dinero que se va acumulando. Aparecen las anécdotas, brotan las risas entremezcladas con puros, sangría y jamón serrano, la gente se acerca a mirar y compartir.

Se remata un pozo, lo gana don Lucio. Rápidamente van al juego fuerte.

El hijo de don Paco decide hacer una broma y no hace su postura en el plato. Don Ga se da cuenta... guarda silencio... la mirada del viejo se pierde en el mar...

Salvo por su corazón, mi abuelo era fuerte y sano.

En verano me llevaba al campo, a Las Brisas. Dormíamos a la intemperie y comíamos lo que pillábamos y por supuesto esa inolvidable merienda que escondía en papel de diario, para en unas horas más y con el hambre del atardecer, hacerme saltar de alegría con ese maravilloso pan mallorquín que amasaba mi abuela; un pan redondo, grande y consistente que él cortaba en rebanadas contra su pecho y luego, con sus manos artesanales, restregaba mitades de tomate hasta deshacerlas sobre esas benditas tajadas, después... ajo, aceite de oliva y sal... ¡Qué cosa más rica!

Me enseñaba el nombre de los pájaros, la del pecho rojo es una loica; fí fí fí fí, no te asustes, es sólo una perdiz; las que nadan y se esconden entre las totoras son taguas... y mira, mira, el que te gusta a ti... un pájaro bailarín.

Pero en realidad a mí lo que más me gustaba era la aparición de las codornices, un espectáculo fabuloso.

De madrugada y aún oscuro, me recuerdo -a  mis seis años- tendido boca abajo, con los ojos muy abiertos, atento y sin moverme, al lado de mi abuelo, esperando al macho de las codornices que llegaba solo a examinar el lugar, lo recorría entero, incluso caminando por encima de nosotros que éramos dos mudas estatuas cómplices.

Después de una severa y prolija inspección, el hermoso y valiente pájaro con su inconfundible pluma parada en la cabeza se detiene y se pone a cantar su característico Chancaca... Chancaca... y a la voz de mando empiezan a llegar cientos de codornices mientras yo miro alucinado esta nueva magia de mi abuelo.

En el Centro Español don Ga recuerda su viaje de emigrante... aquel día en que partió de España con su esposa y su hijo de apenas dos años de edad.

Llega el momento del recuento y el dinero no cuadra.

-Bueno, alguien se olvidó de hacer su postura -insinúa don Paco.

-El viejo no puso -dice el hijo, dejándose empujar por su broma.

-Hombre, baja ya de las nubes y coloca lo que falta -acota riendo don Paco.

-Yo puse -contesta tranquilo el viejo.

Don Paco perplejo, duda. Mira a su amigo y sermonea:

-Con estas cosas no hay que jugar, las travesuras en otra parte.

Pero don Ga vuelve a su viaje... desembarcaron en Buenos Aires, de ahí a Mendoza y después la dura travesía de la Cordillera de Los Andes a lomo de mula para entrar a Chile y establecerse finalmente en Santiago.

Mi abuelo me tomaba de la mano y salíamos a recorrer el pueblo, toda la gente lo conocía, lo quería y se divertía con él. Vivía con la broma en la boca... simpático, liviano, vivaz.

Ibamos a los almacenes de sus amigos y me hacía recitar unos versos cochinos que él me enseñaba.

De repente paraba la función y me decía:

-Te ganaste el chocolate que quieras, elige.

El almacenero me entregaba el premio y partíamos de la mano en busca de una nueva aventura.

El colegio funcionaba en una casa a dos cuadras de la mía, yo era el regalón de la maestra, una solterona que me dejaba castigado "de mentira" para que, una vez que los demás se fueran, yo le recitara a ella y a otra solterona, los versos cochinos que me enseñaba mi abuelo. Cuando el viejo se enteró, se preocupó de enseñarme otros y así, una o dos veces por semana, las sorprendíamos con un par de versos nuevos.

Don Lucio hace otro recuento y nuevamente las cuentas no cuadran. La situación se va poniendo tensa.

-Con estas cosas no se juega -reitera don Paco, desacostumbradamente serio- Vamos,  ¿Por qué no pones de una vez?

-Yo puse... es tu hijo el que falta -responde el viejo ensimismado en sus memorias. Pasan los años, los hijos van creciendo... vienen los nietos... don Ga ya es un hombre canoso y la vida sonríe.

Mi abuelo tenía varios amigos: don Gonzalo, don Manolo, don Julián casi puros españoles.

Pero, sin duda, su mejor amigo fue don Paco. Otro español. Boina y puro; madrileño, millonario, generoso, tan alegre y entusiasta como él, también enfermo del corazón y habitante de Llolleo. Un Packard último modelo con chofer y a todas partes con mi abuelo.

Don Paco adoraba a los niños, vivía solo con su mujer, sus hijos eran ya mayores, quería adoptar uno, pero la mujer no, al fin se encariñó conmigo.

Así, de pronto, a mi simple y suficiente felicidad de niño, empezó a sumarse la generosidad de don Paco y su esposa: espléndidos regalos, juegos traídos de Europa, tan hermosos y caros que mi abuela los guardaba en el ropero hasta que viniera mi hermano y me enseñara a usarlos.

Mi abuelo era conocido por su ingenioso humor. También por su valentía, no le temía a nada, ni siquiera a la muerte. Cuando adivinó que estaba desahuciado, fue a confirmarlo donde el médico, quien le explicó que le quedaban pocos meses de vida. Lo miró un rato en silencio, sacó toda su plata, se la entregó y le dijo: "Si de aquí a un año estoy muerto, te la quedas, si no, vengo por el doble, es una apuesta"... y se fue... y se la ganó.

Además era tema de comentarios por sus correrías de viejo verde con su compinche millonario, que ciertas mujeres chismosas se encargaban de contárselas aumentadas a mi santa abuela que lloriqueaba en los rincones.

La amistad de mi abuelo con don Paco era casi un noviazgo, la alegría interior de ambos y el disfrute de la vida que llevaban los unía intensamente.

En el Centro Español la atmósfera se enrarece, la broma del hijo de don Paco se le ha escapado de su control, una incomodidad general entre miradas y murmullos recorre el recinto, don Paco es el centro de la atención, inquieto busca en los rostros de los demás una luz, una señal para restablecer la armonía y reparar la circunstancia.

-Don Paco, -dice un espectador, un rastrero servil del millonario- he estado mirando, su hijo tiene razón, su amigo no puso.

-Bueno viejo, qué pasa contigo, ¿Por qué no pones de una vez? -insiste don Paco, ya sin disimular su fastidio.

Pero el viejo continúa absorto en sus memorias... el infarto... ya la vida nunca más sería igual.

Llegó el día en que del colegio y la iglesia me pidieron inscribirme para la primera comunión.

-¡El padrino soy yo! -se apresuró eufórico don Paco.

-Por mí que seas tú hombre y ojalá mañana mismo. Pero hay que ver qué dice el niño y sus padres -aclaró mi abuelo.

-¿Y a ti qué te parece? -me preguntó don Paco.                              

-Bien -contesté tímidamente.

Mis padres... fascinados.

Los regalos aumentaron, además vinieron planes y promesas. Don Paco estaba chocho. Cuando grande me mandaría a estudiar no sé dónde y muchos proyectos más que yo escuchaba sin entender nada, tomado de las polleras de mi abuela.

Don Ga se para, se mete la mano al bolsillo y saca un montón de billetes chicos que siempre llevaba, toma al testigo mentiroso y se los refriega en la cara. Luego lo levanta y lo tira contra el bar, "¡Como en las películas!" -comentaría por mucho tiempo la gente en Llolleo... y ahí mismo la pataleta con su corazón débil y malherido.

Ante la situación, el hijo de don Paco contó la verdad.

Pero, para mi abuelo era tarde.

Lo trajeron mal a la casa. Venía inconsciente. Entre don Paco, el hijo y otros españoles lo sentaron en su sillón.

Apenas recuperó el conocimiento gritó:

-¡Fuera de mi casa!

-Pero hombre, fue una broma de mal gusto de mi hijo que lo he traído a disculparse.

-No estoy molesto con tu hijo, sino contigo.

-Pero por qué, si yo no te he hecho nada.

-¡Dudaste!... Dudaste de mí.

-Pero si eso fue lo que me dijeron.

-¡Fuera!... ¡Fuera de mi casa... que no te vea más!

-¡Ay hombre!... ya se te pasará, no exageres.

-No exagero. Adiós.

-Tonterías, excúsame, no fue mi intención ofenderte... somos amigos.

Mi abuela:

-Sí Gabriel, vinieron a pedirte perdón, están todos aquí preocupados por ti.

-Tú no te metas.

Don Paco:

-Ya viejo... amigos. Acuérdate que viene la primera comunión del niño.

-Le buscaré otro padrino, contigo se acabó.

-Pero hombre, cómo se te ocurre.

-¡Fuera!... Adiós.

Don Paco y los otros se fueron, nos quedamos solos, mi abuelo estalló en llanto, no podía concebir que su amigo hubiera dudado de él.

Don Paco volvió al otro día y también al otro y al otro. Mi abuelo se iba al fondo de la casa en donde había un gallinero y les daba de comer en silencio a las gallinas. Ya no estaba alegre... serio, callado y triste... nunca lo había visto así.

Don Paco conversaba con mi abuela que lo consolaba, siempre bondadosa y amable:

-Paco, ten paciencia, se le pasará, el fin de semana viene nuestro hijo, él le hablará.

Efectivamente, mi padre, mi madre, mis tíos y muchos amigos trataron de hacerle cambiar de actitud.

-Papá, olvida y perdona.

Mi madre, que lo adoraba:

-Ya don Ga, sólo fue una broma estúpida del hijo de don Paco que está muy arrepentido.

Silencio.

El fin de semana entero lo asediaron y lo acosaron.

-Por qué tanta intransigencia, por qué no perdonas. Es tu mejor amigo y están los dos viejos. Lo están pasando de maravillas y dice que está dispuesto a cualquier cosa con tal de recuperar tu amistad. Ya todo el mundo sabe la verdad.

Ante tanta insistencia sólo repetía:

-Dudó de mí.

Don Paco siguió viniendo. Yo me apegué a mi abuelo y me iba con él al gallinero.

Un día llegó don Paco, como otras veces, con regalos para mí que mi abuela, como de costumbre, guardó en el ropero. Yo fui, los saqué y se los devolví respetuosamente. Me los recibió resignado y se fue... y ya no regresó más.

Me quedaste mirando... quieto, profundo, eterno... los ojos se te humedecieron cuando mi abuela me preguntó:

-¿Por qué hiciste eso?

Y yo respondí:

-Porque dudó de mi abuelo.

 

A Gabriel Ferrer Pascual, mi abuelo mallorquín

Miguel                                                                                                                 

El primer cuento que escribí fue para mi hija Rocío, aquí va...

 

Oicor

 

Oicor inquieta y molesta dio mediavuelta y se devolvió al compuconvertidor de la nave espacial que había venido desde Arunret a investigar el planeta Tierra.

Oicor debía salir frecuentemente de la nave, recorrer y estudiar este planeta y luego transmitir sus descubrimientos y sus opiniones a Arunret mediante un computrasmisor para enviar imágenes en quinta dimensión y también en burbujas de realidad codificada.

Venía haciendo estos trabajos por más de 3.000 años, conocía muchos planetas habitados, y sin embargo, ninguno le había gustado tanto como la Tierra.

Pronto la expedición terminaría y ella debería partir a otro lugar del Universo y eso le apenaba, pero rápidamente recuperaba la alegría propia de los arunretenses.

Una de las cosas que más le impresionaba de la Tierra era que sólo hubiera dos sexos: masculino y femenino, macho y hembra, hombre y mujer... pues  en Arunret hay 49 sexos.

Oicor sentía una especial preferencia por el sexo femenino, encontraba que las hembras eran más dulces, más bonitas, más amorosas... Y sobre todo eran las únicas que tenían hijos

Por eso siempre en el compuconvertidor elegía algo femenino para hacer sus excursiones por la Tierra, por esta razón, cuando hablemos de Oicor, hablaremos en femenino, aunque no era mujer, ni tampoco hombre, ni nada que nosotros conozcamos, sino uno de esos 49 sexos de Arunret.

Por su inclinación por lo femenino, Oicor había sido paloma, poesía, ballena, flor, manzana, mariposa, nube, risa, nieve, luciérnaga, canción y muchas otras cosas, pero siempre femeninas.

Momentos antes que se devolviera al compuconvertidor iba recordando la otra discusión que había tenido con ese aparato.

Una vez ella pulsó las teclas y escribió:

 

                                                         *>SIRENA DE MAR<*

 

Y de pronto en el océano apareció una hermosa sirena de largos cabellos dorados que cantaba las más lindas canciones.

Desde el mismo instante que empezó a nadar, los peces la siguieron encantados, y los más chiquitos bailaban y jugaban a su alrededor.

A la vuelta de una roca encontró a unos tiburones que estaban fumando cochayuyo y decían  groserías.

La sirena se detuvo y le dijo al más grande:

-¿No te da vergüenza?, Eso no se hace.

El tiburón al verla tan hermosa y desnuda de la cintura para arriba, no supo qué contestar, se puso colorado y salió arrancando, los demás tiburones botaron el cochayuyo y se escondieron asustados antes que la sirenita también los retara.

Visitó grutas submarinas, nadó y jugó con los lobos de mar y se hizo amiga del príncipe de los delfines que le enseñó a comunicarse mentalmente y la llevó a la Atlántida, donde la presentó ante el gran coral de los sabios, los que le regalaron un collar con siete piedras misteriosas.

Conversó con gaviotas, pelícanos y pingüinos y fue novia de un marinero.

Cuando volvió a la nave, reconvertida en Oicor, el compuconvertidor estaba indignado. Le dijo que cómo se le había ocurrido hacer eso, que las sirenas no existían y que él no estaba para juegos, que ésta era una investigación seria y que debía tener más cuidado o él tendría que informar al compucapitán de la nave.

Oicor le pidió disculpas, le dijo que no se había dado cuenta que las sirenas no existían -cosa que el compuconvertidor no quería creerle- y que no se volvería a repetir.

Por eso fue que Oicor pensó que era una venganza del compuconvertidor cuando en la investigación de vehículos se convirtió en camioneta porque era femenino, y no en auto.

Y apenas se reconvirtió en Oicor se fue directo donde el compuconvertidor y enojada le dijo que la había engañado, que las camionetas tenían una vida que no era nada de femenina, que las cargaban con materiales pesados, con provisiones y otras porquerías, en cambio a los autos subían puros seres humanos bien vestidos (Oicor encontraba que los seres humanos y los ratones era lo más interesante de la Tierra)

Le reclamó que las camionetas transitaban por caminos malos, estaban casi siempre sucias y trabajando apuradas, todo lo contrario de los autos que andaban por las mejores autopistas, siempre limpios y escuchando música.

Enojada le reprochó que no le había advertido todo eso.

El compuconvertidor le contestó que él no era adivino y que la culpa era de ella por pulsar teclas sin consultar, igual que con la sirena de mar.

Oicor indignada le respondió que era una venganza injusta porque ella ya le había explicado y pedido perdón por lo de la sirena.

El compuconvertidor le dijo una y otra vez que él la quería y que no había sido venganza, pero ahora fue Oicor que no quiso creer y enojada con ese aparato vengativo se marchó a su compuescritorio para preparar el informe sobre vehículos terrestres.

Aunque no queríamos en esta historia hablar mucho de Oicor y su planeta, haremos una pausa para contestar las numerosas preguntas que nos han llegado sobre Arunret y sus habitantes.

Arunret es un planeta de otra galaxia y es muy chico, gira alrededor de una estrella que se llama Roma (por eso a Oicor le gusta tanto la ciudad de la Tierra con ese nombre)

Arunret tiene 8.791 habitantes, les gusta mucho recibir huéspedes de otros planetas y también ellos son muy aficionados a salir y visitar a sus amigos del espacio, incluso algunos como Leugim viven afuera, pero están siempre viniendo a Arunret a reunirse o a estudiar y todos regresan para las fiestas del planeta que son cada cien años y duran un año entero y a las que también asisten invitados de todo el Cosmos.

Oicor, como muchos, nació durante una expedición de nueve años que un grupo hizo a un satélite en la nave Ailimaf, el jefe de esa expedición fue Leugim y a ese grupo es al que Oicor llama, por imitar a los terrícolas, su familia, aunque las familias de Arunret no existen o porque los 8.791 habitantes son una sola familia.

Los Arunretenses viven hasta los 100.000 años, Oicor tenía sólo 10.000, era muy joven.

Cuando Oicor nació, el más contento de todos era Leugim y se hicieron íntimos amigos ese mismo día, pues los de Arunret nacen sabiendo comunicarse y muchas otras cosas más.

Y desde entonces a Oicor con el ser que más le gusta estar es con Leugim y a él le pasa lo mismo con Oicor.

Una vez Oicor le dijo a Leugim que si hubiera sido humano sería hombre, por eso lo nombramos en masculino.

También le hizo prometer que antes que ella cumpliera los 17.000 años iban a venir juntos a la Tierra y traerían el compuconvertidor de Leugim que siempre tiene novedades y juegos para Oicor.

Oicor tiene amigos en varios planetas. Sus amistades preferidas son Adnanref, Atinitak, Esojairam, Ayam, Aerdna, Aanilorac y podríamos mencionar muchas más, pues Oicor es muy querida en todas partes y en Arunret hacen una gran recepción cada vez que ella regresa de alguna expedición... Y el primer invitado es Leugim que está viviendo en el planeta Aicneicnoc hace ya 6.000 años.

Por último queremos explicar dos cosas:

La primera es que cuando Oicor se convertía en flauta, en jirafa o en pulsera, o mejor dicho cuando estaba en la Tierra, ella no tenía idea que era extraterrestre, sino que era y vivía como flauta, jirafa o pulsera y sólo recobraba la memoria cuando se reconvertía en Oicor y entonces se acordaba de lo de la Tierra, de lo de Arunret y de todo lo ocurrido en sus 10.000 años de vida.

La segunda cosa es que Oicor, como todos los de Arunret, tenía muy buenos modales con todos los seres y aparatos, y era especialmente sensible en esto del trato.

Además, como ya dijimos, a Oicor le encantaba el planeta Tierra y sus dos sexos, y también la divertía eso de que los seres humanos vivieran en familia, incluso había pensado que llamaría papá a su pariente Leugim.

Bueno, ahora volvamos a nuestra historia.

Oicor había recorrido un buen trecho de la nave camino a su compuescritorio cuando decidió volver donde el compuconvertidor. Ella sabía que lo que iba a hacer no estaba bien, pero una fuerza desconocida y poderosa la empujaba.

Quería que todo sucediera rápido y sin embargo no se apuraba.

Durante ese rato había tenido tiempo para pensar muchas cosas, como por ejemplo, que podría calmarse preparando el informe sobre vehículos terrestres, por lo demás siempre le había gustado ser eficiente y no atrasarse, por eso le habían permitido ser investigadora espacial de otras galaxias a pesar de su corta edad.

También pensó que hubiera podido pasar el mal rato comunicándose con Leugim y contándole lo que le pasaba, Leugim la escucharía y la consolaría o bien conversando con los otros investigadores de la nave o jugando en la compudiversión.

Pero, ya había decidido volver al compuconvertidor y hacer lo que nadie había siquiera imaginado en los veintisiete millones de años de investigación de Arunret: Repetir una conversión que ya se había efectuado e informado, sólo por el capricho de volver a vivirla.

El recuerdo de esa experiencia la impulsaba a arriesgarse, cada segundo que pasaba sentía más fuerzas y más ganas de revivirla. No quería solicitar autorización porque era seguro que se la negarían.

Recién comprendía que era por esa conversión que había quedado fascinada para siempre con el planeta Tierra.

Esa experiencia era más importante para ella, incluso que la otra, la que más había comentado, la que hizo que antes del informe llamara a Leugim y le contara como loca todas las maravillas de haberse convertido en agua.

Oicor quería convertirse en agua, pero le costó mucho decidirse porque dudaba si era femenino o no, pues decían "el" agua y no "la" agua, pero luego decían el agua "helada" y no "helado".

Al fin determinó que era femenino y se convirtió en agua.

Le contó a Leugim que siendo agua fue invitada al palacio de la vida y conoció a los reyes del reino animal y del reino vegetal y que el rey del reino mineral no había asistido porque estaba muy ocupado, pero le había enviado un regalo y muchos saludos.

Aun así la conversión que quería repetir no era la del agua, sino esa otra.

Para terminar luego esta historia, no responderemos más preguntas.

Pensando en todo esto, Oicor finalmente se decidió y se fue al compuconvertidor. Se colocó frente a la máquina y se quedó inmóvil, el sofisticado aparato percibió que Oicor se comportaba en forma extraña, prefirió dejarla tranquila, supuso que todavía no se reponía del fastidio de haber sido camioneta.

Oicor volvió a reflexionar por un momento, aún era tiempo de arrepentirse, pero no, supo entonces que jamás echaría pie atrás, que en aquel deseo, en la potencia de aquella intuición estaba el sentido de su vida, y sin importarle lo que le pasara, obedeciendo una poderosísima voz interior, pulsó las anheladas teclas y escribió:

 

*>NIÑA DE 10 AÑOS : ROCIO<*

 

 

 

 

 

A mi hija Rocío al cumplir sus 10 años de ternura

 

 

 

 

 

Miguel

 

10 de julio de 1988                                                                                    

Rock’n roll

Rock’n roll
One two three o’clock four o’clock rock y la muchacha gira y su falda se levanta alcanzando la horizontal al tiempo que sus calzoncitos son el blanco de las miradas centrípetas de los que estamos ahí alucinados sin atinar ni comprender por qué esta provocación inédita por estas tierras Quién es y de dónde salió Parece que es primer verano que viene Cómo se llama quién la conoce five six seven o’clock eight o’clock rock y con la mano libre te bajas la falda fingiendo una vergüenza inconsecuente con la audacia de tu numerito Pero yo te la creo Ya sé que es absurdo pero te la creo y qué bien bailas Tutti frutti mientras algo pasa conmigo oourrutti que soy el único aturdido que interrumpo el espectáculo para vigilar encelado a los otros que admiran boquiabiertos tu sensacional fantasía en rock’n roll wuab babalú babalam bam bú debo hacer algo para despejarme de ti Anoche te metiste en mi cama con tu falda blanca al vuelo sonriendo y girando con ritmo perfecto Marilyn en trompo vivo y aquí estás de nuevo dibujando vueltas y luciéndote delante de todos estos mirones intrusos zánganos fetichistas que te ojean y te acosan y yo inquieto excitado turbado perturbado masturbado enrollado asustado sin atreverme a pedirte este baile ni el próximo Y si me dices que no Y si me dices que sí y yo que no estoy libre y no quiero enredos Por qué no te me cruzaste antes repentina disyuntiva tentadora Te vi en la playa Eres flaquita Popotitos Baila Popotitos con tus piernas largas con tu pelo largo Dime por qué las piernas que usas con traje de baño no son estas mismas que salen de tus calzoncitos y las que te pusiste antenoche mejor ni te cuento No quiero atreverme no quiero engancharme no quiero que se adelante otro A ver a ver quién se atreve cuidado cuidadito con mirarla así cuidadito también con los comentarios Sí a ti te digo asopado y a ti también guatón indecente Se me sube el estómago y me relincha el corazón y tú dale que dale Don’t be cruel provocándome con la escandalosa torera de tu vestido You’re nothing but a hound dog ayer te agarré en una vuelta y te metí en mi cama y obedecí todos tus caprichos animal enfermo y desvariado forzado a enamorarse Soy capaz de matarte si coqueteas con otro yo soy el mejor créeme soy divertido soy entretenido soy soy qué soy ya ni sé lo que soy Blue blue blue suede shoes de madrugada de nuevo estuvimos de fiesta si supieras lo que hicimos y lo que me decías Me gusta deslizar caricias por tus rincones me encanta como eres a solas conmigo desvergonzada y tierna Cuándo me atreveré a pedirte un baile mira que me tienes loquito ya no aguanto más Ahora o nunca A la cresta los miedos y las culpas y con el índice hacia abajo revuelvo el aire y con un gesto te invito a la pista nine ten eleven o’clock twelve o'clock rock gracias justo era el último Bueno hasta mañana Para ti será hasta mañana pero yo esta noche no te suelto te voy a enseñar unos jueguitos que te gustarán te hablaré en susurro y te recorreré a besos desde los pies para arriba Ya me enganché contigo es algo raro que me sigue y me persigue y no me deja vivir en paz See you later allegator hola me gusta que vengas con blujeans te ves mejor así y además no me agarran esos celos y qué haces tan tarde por estos lados a la hora de los boleros Ansiedad de tenerte en mis brazos bailemos Qué livianita eres y por qué te arrimas así Tanto que he soñado con este momento y ahora no sé qué hacer ni qué decirte Bailemos otro Acércate más y más pero mucho más qué suerte haberte encontrado sabes estoy volando volando y no quiero aterrizar Reloj detén tu camino haz esta noche perpetua cómo te llamas dónde vives te acompaño a tu casa Debo caminar despacio y esperar que los demás doblen la esquina La luna llena alcahueta me azuza y yo transpirando helado Así que diecisiete y este año sales del colegio Ahí doblaron detengámonos un momento oye no pensé que un beso pudiera ser tan dulce no puedo creer que sea tu primer beso es que no lo puedo creer Bueno chao Esta noche soñaré contigo soñaré que te amo y que tú también a mí qué alegría más grande mañana mismo voy a arreglar mis cosas y quedaré libre libre para caminar y bailar contigo disyuntiva de piernas largas y calzoncitos blancos

A María’ngélica, la mejor rockn’rollera de la galaxia

Miguel

EL MAESTRO SAN MARTÍN

EL MAESTRO SAN MARTÍN

Se ponía al piano y lo intentábamos, no me importaba la risa de mis compañeros, ni el ridículo, ni nada... yo hubiera dado y hecho cualquier cosa por cantar como los demás, pero era inútil, no había caso, no daba con la entonación. El Maestro San Martín sabía que era tiempo perdido... y lo perdía... yo nunca iba a progresar en el canto.
Esto comenzó por segundo humanidades y cada año era mayor mi obsesión.
Fuimos creciendo y nos llegó el cambio de voz... y ahora las risas eran por los “gallitos” que se escapaban, incluso, de las gargantas más melodiosas... y de pronto, sin darnos ni cuenta, nuestro curso se constituyó en la base del coro del colegio, el máximo orgullo del Maestro San Martín. La clase de música era un ensayo del coro, nos agrupaba por voces y vamos cantando:
Yo soy un pobre diablo
me siento muy cansado
Me colocaba en medio de los barítonos, mimetizado con los otros, claro que yo debía hacer solamente la mímica y no emitir el más mínimo sonido. Esta situación me desesperaba, era hasta humillante, por lo demás yo era el primero en aprenderme las letras, pero cuidado, prohibido cantar.
Cuando el coro estaba en ese enredo armonioso a tres voces, yo pensaba “Esta es la mía, si canto despacito, ni se va a notar”... y una vez, sin consultar, me atreví y canté:
Perdí yo mi cachimba
de mi inseparable bolsón
El Maestro desde el piano, en un segundo se dio cuenta, detuvo el canto y muy serio me dijo:
-Sólo mímica.
Yo no me resignaba, no podía conformarme, mi fantasía era aprender a tocar la guitarra y cantar en las fogatas de la playa.
Escuché muchas veces que el coro del Instituto Nacional era el más grande y el mejor de Chile y el Maestro Isidoro San Martín su eximio director... y yo, rodeado de tanto talento, no era capaz de responder a un simple solfeo.
Por cuarto humanidades el profesor San Martín empezó a comprender mi drama y a solidarizar con mi causa, los intentos en el piano eran más prolongados y las exigencias eran menores... A ver, una sola nota... doooo... otra vez, ahora los dos juntos... otra vez, ahí está un poco mejor... bueno, por tu empeño te voy a poner un siete.
Pero mi interés no era por la nota, yo quería cantar.
Mi afán era tan serio que ya mis compañeros no se burlaban, por el contrario, querían ayudarme, algunos se sorprendían de mi mal oído para cantar si en las fiestas era tan buen bailarín... “Muévete cuando cantes, a lo mejor eso te ayuda”... fue increíble, pues efectivamente me ayudó, fue con una canción española: Lola Puñales... la canté moviéndome, todos me acompañaban con las palmas, ahí pude lograr un par de entonaciones acertadas, un gran triunfo para mí... me sentía en la gloria... al fin.
El Maestro San Martín me felicitó entusiasmado... pero luego, con santa paciencia me devolvió a la realidad. Sí, porque el profesor San Martín tenía un corazón de oro y una vocación incorruptible.
Además su fervor por el coro era un apostolado. A fin de año, en cada examen, se presentaba el Maestro San Martín ante la comisión respectiva, a pedir, a recomendar, a explicar que este alumno y este otro son del coro y tuvieron que destinar mucho tiempo a esa actividad, por favor, téngalo en cuenta, estos muchachos merecen un estímulo, espero que ustedes también los apoyen, por favor, téngalo en cuenta...
A mí esos privilegios tampoco me interesaban, yo no pretendía integrar el coro, solamente quería cantar sin provocar risa. La verdad es que sólo deseé ser uno de ellos cuando formaron un coro mixto con las alumnas del Liceo Uno... y los veía como se arreglaban, se peinaban y se tomaban el aliento unos a otros para ir a ensayar con esas doncellas de mis sueños... y ellos las tendrían ahí, en carne y hueso... y además... ¡Cantando!... y yo mirándolos partir... ¡Por qué tanta injusticia, tanto castigo sólo por ser desentonado!
Al final de quinto humanidades, el Maestro San Martín al ver que yo insistía en cantar, que no me resignaba, me llamó aparte y a solas me dijo:
-Mira, no sé como consolarte, quizás te parezca absurdo, pero tú no eres el peor alumno que he tenido, hay un ex-alumno que canta más mal que tú, no recuerdo su apellido, él en realidad es el peor, siempre viene al colegio, te lo voy a presentar si quieres, es el único consuelo que se me ocurre.
Eso no me ayudaba en nada, pero comprendí la solidaridad del Maestro y le agradecí el gesto.
En sexto humanidades y ahora con nuevos compañeros que no conocían mi desgracia, mi lucha continuó, nuevamente el Maestro San Martín era el profesor de música y nuevamente este curso era la base del coro y nuevamente yo debía hacer sólo la mímica y nuevamente yo insistía en que debía enseñarme a cantar y nuevamente el Maestro se desesperaba conmigo que no era capaz de dar ni siquiera una sola nota bien... A ver, vamos, los dos juntos, yo con mis precarios dones naturales y él con esa voz tan espléndida que parecía de mentira... A ver... doooo... no había caso.
Así transcurrieron los meses y yo no progresaba.
Un día, estando en clase de Economía Política con Carlos Fredes, el Maestro San Martín se asoma y golpea el vidrio de la puerta de nuestra sala ubicada en el segundo piso. Fredes va y le abre. El profesor de música pide hablar conmigo. Salgo y entonces el Maestro San Martín me dice:
-¿Te acuerdas que el año pasado te conté de un ex-alumno que canta peor que tú?
-Sí, me acuerdo.
-¿Ves aquel grandote allá abajo?... ése es, ¿quieres que te lo presente?
Lo quedé mirando un tanto decepcionado por esta falsa sorpresa.
-No, -le contesté- ya lo conozco... es mi hermano.

Al Maestro Isidoro San Martín, mi profesor de música

Miguel Ferrer

REQUIEM POR ALBERTO ZAPATA

REQUIEM POR ALBERTO ZAPATA
Medianoche.
Curioso y triste miércoles que estoy dejando atrás.
Justamente hoy le comentaba a un amigo sobre mis facilidades en Geometría. Es que “La Geometría no se aprende con la inteligencia, sino que se comprende y se siente en el alma”, así me lo explicó mi Maestro.
Mi Maestro en Geometría fue mi profesor de matemáticas en el Instituto Nacional, el genial Alberto Zapata.
El profesor Zapata se caracterizaba entre muchas cosas por su humor ingenioso, fino e irónico y, muy en especial, por sus chaplinescos modales y gestos que eran imposibles de pasar inadvertidos, además graciosa y armónicamente mezclados con movimientos nerviosos y sonrisas exageradas, que de súbito asesinaba con una mueca de profunda tristeza y seriedad, todo eso en medio de interesantísimos desarrollos matemáticos que con mis compañeros escuchábamos alucinados con este maravilloso regalo al intelecto.
Una de mis aficiones era imitar personas y a poco andar me aprendí al singular profesor de matemáticas.
Un día que teníamos hora libre y el curso pedía calducho, lo imité.
Yo me enteraría con el tiempo que por muchos años el Maestro Zapata venía pidiendo una oportunidad para que le dejaran formar un curso, un sexto matemático al que convergieran los alumnos con habilidades en el área matemática, pero que además tuvieran problemas de conducta.
Antes de una semana los otros cursos sabían de mi nueva gracia y me pedían pequeñas muestras de imitación a Zapata, las que me retribuían con las celebraciones del caso.
Finalmente Alberto Zapata consiguió su objetivo y se creó el sexto matemático 6°F y ese mismo año lo conocí, pues precisamente por cumplir con los requisitos mencionados, a ese sexto resulté asignado junto con otros compañeros de nivel a quienes no menciono para no perjudicarlos, en todo caso también llegaron alumnos de los buenos, los correctos, esos que siempre son un ejemplo... fomes, pero ejemplares... y ahí nos juntamos santos y delincuentes y nos hicimos amigos a primera vista y además, por algún sospechoso capricho del destino, fui elegido presidente de curso.
Alberto Zapata vivía a tres cuadras de mi casa y muchas veces tomábamos el mismo trolebús, el Nº8.
Aún recuerdo aquel día en el trayecto cuando se acercó y me dijo:
-Me he enterado que usted lo hace tan bien como yo.
-No sé a qué se refiere señor -contesté.
-Yo sí sé y usted también sabe a qué me refiero -insistió Alberto Zapata.
-No señor, no sé -respondí bajando la voz.
-Mire Ferrer -me dijo- yo soy un hombre de excelente humor y no me preocupa que se rían de mí, sólo que me gustaría compartirlo. De modo que la próxima clase la hará usted, tal cual la haría yo, como tengo entendido que usted sabe hacerlo, yo lo estaré escuchando sentado en su puesto. Ahora pasaremos a mi casa y le entregaré apuntes para que estudie la materia, el tema será La Relación Aurea o Divina.
Entendí que Alberto Zapata hablaba en serio y me bajé con él en Irarrázabal con Antonio Varas, pasé a su casa, tomé el material y me fui directamente a preparar la exposición con gestos, chistes, bromas y asociaciones divertidas que a su vez fueran ayudas didácticas como las que él derrochaba clase a clase.
Me di cuenta lo difícil e inteligente que era aquel método. En realidad, hacer buen humor es algo muy serio, y en medio de mis esfuerzos por emularlo fue naciendo en mí una gran admiración por mi Maestro.
Alberto Zapata era un ser enigmático y lo seguirá siendo en el recuerdo de todos los que tuvimos el privilegio de conocerlo, por eso me preparé, pero no le comenté a nadie este asunto, pues no sabía si me estaba tomando el pelo, me quería dar una lección o simplemente estaba hablando en serio.
De todas formas me preparé y muy bien preparado.
De paso diré que el rendimiento que tuvo ese curso fue extraordinario... y así nació la impronta del 6°F, una institución dentro del Instituto Nacional.
Era un miércoles, Alberto Zapata entró y saludó como de costumbre. Estuvo unos minutos revisando el libro de clases, luego fue al pizarrón y escribió:
LA R E L A C I O N A U R E A O D I V I N A
A continuación dijo:
-Ferrer, usted hará esta clase tal como si fuera yo mismo en persona.
Me levanté absolutamente serio y salí adelante. Alberto Zapata me pasó la tiza como si fuera la antorcha olímpica y enseguida fue a sentarse a mi puesto mientras mis compañeros no salían de su asombro.
Me paré enfrente de ellos en silencio estático, idéntico al de Alberto Zapata y los quedé mirando un rato largo como lo hacía él, con las manos tomadas delante del pecho.
En la sala no volaba una mosca.
De repente rompí el hielo con una sonrisa forzada como las de Alberto Zapata y luego repetí tres o cuatro de sus inconfundibles tics nerviosos y mis compañeros soltaron la risa que aún mantenían reprimida, entonces regresé violentamente a la mueca triste-seria con que Alberto Zapata aniquilaba su sonrisa... nuevas carcajadas. Yo aún no pronunciaba ni una sola palabra.
De pronto sentí que estaba representando un rol tan singular como mágico, pero sin la magia del Maestro y ahí mismo quedé en blanco, se me olvidaron los chistes que había preparado y hasta la materia, entonces, obedeciendo un impulso, me fui a un costado del pizarrón y me quedé mirando melancólicamente a través de una ventana que daba a la calle Arturo Prat... y ahí me di cuenta que ése era el sitio preferido de concentración de Alberto Zapata y que en ese instante pasaba también a ser el mío.
En aquel lugar me pedí calma y me di valor, al fin y al cabo ya había logrado dominar la situación y el ambiente era como el que yo quería; la atmósfera no era de desorden, sino de buen humor y de aprendizaje, pues yo tenía claro que el desafío de fondo era enseñarles a mis compañeros qué era y en qué consistía la misteriosa y estética Relación Aurea o Divina.
Entonces, mientras dibujaba en la pizarra, dije lo siguiente:

      A          P                B
       |_____|_________|

Se produce Relación Aurea o Divina si un trazo AB es dividido por un puntito P en dos trazos AP y PB, tales que el trazo mayor (AP) es al menor (PB) como el trazo total (AB) es al mayor (AP).
Me volví a situar delante del curso y dije con intención y humor de Alberto Zapata:
-¿Entendió el “Divino Werth”?
Werth venía del Verbo Divino y Alberto Zapata por eso lo llamaba el “Divino Werth”. Yo aproveché de hacer un juego de palabras con eso y La Relación Aurea o Divina.
Entre risas, bromas, gestos, muecas y tics nerviosos fui desarrollando la clase al estilo del Maestro.
Todo fluía, Alberto Zapata desde mi asiento se reía contento y se ganaba la admiración, el respeto y el cariño de todos nosotros.
Al cabo de media hora de Geometría y humor, al igual que Alberto Zapata, me fui al pupitre del profesor, me senté y me puse a revisar el libro de clases mientras los demás tomaban apuntes de lo último dicho por mí y explicado en la pizarra.
Desde mi nuevo sitial empecé a hacer preguntas difíciles intencionalmente, como lo hacía él, a quienes suponía no me las responderían bien y, en efecto, así ocurrió, lo cual me dio oportunidad para sermones irónicos al estilo de Alberto Zapata que seguía sentado en mi puesto.

Entonces lo invité a participar:
-¿A ver usted Ferrer?
Alberto Zapata siguiéndome el juego me dio la respuesta correcta.
-Muy bien Ferrer. .. un siete -le dije alabándolo al tiempo que desnudaba mi lapicera.
Alberto Zapata se paró y me detuvo extendiéndome su mano fraterna y felicitándome al tiempo que pedía un aplauso para mí, sin interrumpir ni un sólo instante su sonrisa ancha, sincera y alentadora. Mis compañeros aplaudieron conscientes que habían sido testigos y protagonistas de una extraña y original alianza en el mismísimo Instituto Nacional.
Alberto Zapata hizo un comentario halagador sobre mi actuación y dio un par de minutos para que mis compañeros se acercaran a congratularme con abrazo y todo, y especialmente con cariño por este presidente de curso que los había sorprendido en complicidad con el profesor de matemáticas en esta insólita clase de Geometría.
Por muchos años, al mirar las listas de ingreso en las pizarras de la Escuela de Ingeniería de la Universidad de Chile, veíamos, al igual que cuando entramos nosotros, al lado del nombre del seleccionado, la señal sutil “6º F” que nos conectaba sin ostentación, como una marca iniciática, con gente que nunca conocimos y que ahora nos hacían un regalo al orgullo de ser discípulos del mismo Maestro.
-Bueno... ¿y sabes por qué te desperté para leerte esto?
-No.
-Porque acabo de enterarme que Alberto Zapata falleció hoy.
-No me digas.
-Así es... y qué curioso, justamente hoy pensé en él para que me ayudara a encontrar una Relación Aurea o Divina que intuyo en una figura geométrica que he tenido a mano.
-No sé qué decirte... de veras lo siento... yo no lo conocí, pero me emocioné con lo que escribiste.
-Mañana es el funeral, nunca he hablado en un cementerio, pero esta vez quizás me atreva... nadie me lo ha pedido, pero me gustaría despedirme de mi Maestro. Puedo leer esto mismo y terminar diciendo algo así como “Querido Maestro Alberto Zapata, descansa en Paz”.
La verdad es que nunca he hablado en un cementerio, pero mañana quizás me atreva...

Pasado la medianoche de este curioso y triste miércoles que estoy dejando atrás.

A Alberto Zapata, mi Maestro en Geometría

Miguel
Miércoles 20 de octubre de 1993