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Miguel Ferrer

EL MAESTRO SAN MARTÍN

EL MAESTRO SAN MARTÍN

Se ponía al piano y lo intentábamos, no me importaba la risa de mis compañeros, ni el ridículo, ni nada... yo hubiera dado y hecho cualquier cosa por cantar como los demás, pero era inútil, no había caso, no daba con la entonación. El Maestro San Martín sabía que era tiempo perdido... y lo perdía... yo nunca iba a progresar en el canto.
Esto comenzó por segundo humanidades y cada año era mayor mi obsesión.
Fuimos creciendo y nos llegó el cambio de voz... y ahora las risas eran por los “gallitos” que se escapaban, incluso, de las gargantas más melodiosas... y de pronto, sin darnos ni cuenta, nuestro curso se constituyó en la base del coro del colegio, el máximo orgullo del Maestro San Martín. La clase de música era un ensayo del coro, nos agrupaba por voces y vamos cantando:
Yo soy un pobre diablo
me siento muy cansado
Me colocaba en medio de los barítonos, mimetizado con los otros, claro que yo debía hacer solamente la mímica y no emitir el más mínimo sonido. Esta situación me desesperaba, era hasta humillante, por lo demás yo era el primero en aprenderme las letras, pero cuidado, prohibido cantar.
Cuando el coro estaba en ese enredo armonioso a tres voces, yo pensaba “Esta es la mía, si canto despacito, ni se va a notar”... y una vez, sin consultar, me atreví y canté:
Perdí yo mi cachimba
de mi inseparable bolsón
El Maestro desde el piano, en un segundo se dio cuenta, detuvo el canto y muy serio me dijo:
-Sólo mímica.
Yo no me resignaba, no podía conformarme, mi fantasía era aprender a tocar la guitarra y cantar en las fogatas de la playa.
Escuché muchas veces que el coro del Instituto Nacional era el más grande y el mejor de Chile y el Maestro Isidoro San Martín su eximio director... y yo, rodeado de tanto talento, no era capaz de responder a un simple solfeo.
Por cuarto humanidades el profesor San Martín empezó a comprender mi drama y a solidarizar con mi causa, los intentos en el piano eran más prolongados y las exigencias eran menores... A ver, una sola nota... doooo... otra vez, ahora los dos juntos... otra vez, ahí está un poco mejor... bueno, por tu empeño te voy a poner un siete.
Pero mi interés no era por la nota, yo quería cantar.
Mi afán era tan serio que ya mis compañeros no se burlaban, por el contrario, querían ayudarme, algunos se sorprendían de mi mal oído para cantar si en las fiestas era tan buen bailarín... “Muévete cuando cantes, a lo mejor eso te ayuda”... fue increíble, pues efectivamente me ayudó, fue con una canción española: Lola Puñales... la canté moviéndome, todos me acompañaban con las palmas, ahí pude lograr un par de entonaciones acertadas, un gran triunfo para mí... me sentía en la gloria... al fin.
El Maestro San Martín me felicitó entusiasmado... pero luego, con santa paciencia me devolvió a la realidad. Sí, porque el profesor San Martín tenía un corazón de oro y una vocación incorruptible.
Además su fervor por el coro era un apostolado. A fin de año, en cada examen, se presentaba el Maestro San Martín ante la comisión respectiva, a pedir, a recomendar, a explicar que este alumno y este otro son del coro y tuvieron que destinar mucho tiempo a esa actividad, por favor, téngalo en cuenta, estos muchachos merecen un estímulo, espero que ustedes también los apoyen, por favor, téngalo en cuenta...
A mí esos privilegios tampoco me interesaban, yo no pretendía integrar el coro, solamente quería cantar sin provocar risa. La verdad es que sólo deseé ser uno de ellos cuando formaron un coro mixto con las alumnas del Liceo Uno... y los veía como se arreglaban, se peinaban y se tomaban el aliento unos a otros para ir a ensayar con esas doncellas de mis sueños... y ellos las tendrían ahí, en carne y hueso... y además... ¡Cantando!... y yo mirándolos partir... ¡Por qué tanta injusticia, tanto castigo sólo por ser desentonado!
Al final de quinto humanidades, el Maestro San Martín al ver que yo insistía en cantar, que no me resignaba, me llamó aparte y a solas me dijo:
-Mira, no sé como consolarte, quizás te parezca absurdo, pero tú no eres el peor alumno que he tenido, hay un ex-alumno que canta más mal que tú, no recuerdo su apellido, él en realidad es el peor, siempre viene al colegio, te lo voy a presentar si quieres, es el único consuelo que se me ocurre.
Eso no me ayudaba en nada, pero comprendí la solidaridad del Maestro y le agradecí el gesto.
En sexto humanidades y ahora con nuevos compañeros que no conocían mi desgracia, mi lucha continuó, nuevamente el Maestro San Martín era el profesor de música y nuevamente este curso era la base del coro y nuevamente yo debía hacer sólo la mímica y nuevamente yo insistía en que debía enseñarme a cantar y nuevamente el Maestro se desesperaba conmigo que no era capaz de dar ni siquiera una sola nota bien... A ver, vamos, los dos juntos, yo con mis precarios dones naturales y él con esa voz tan espléndida que parecía de mentira... A ver... doooo... no había caso.
Así transcurrieron los meses y yo no progresaba.
Un día, estando en clase de Economía Política con Carlos Fredes, el Maestro San Martín se asoma y golpea el vidrio de la puerta de nuestra sala ubicada en el segundo piso. Fredes va y le abre. El profesor de música pide hablar conmigo. Salgo y entonces el Maestro San Martín me dice:
-¿Te acuerdas que el año pasado te conté de un ex-alumno que canta peor que tú?
-Sí, me acuerdo.
-¿Ves aquel grandote allá abajo?... ése es, ¿quieres que te lo presente?
Lo quedé mirando un tanto decepcionado por esta falsa sorpresa.
-No, -le contesté- ya lo conozco... es mi hermano.

Al Maestro Isidoro San Martín, mi profesor de música

Miguel Ferrer

1 comentario

Raquel -

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