REQUIEM POR ALBERTO ZAPATA
REQUIEM POR ALBERTO ZAPATA
Medianoche.
Curioso y triste miércoles que estoy dejando atrás.
Justamente hoy le comentaba a un amigo sobre mis facilidades en Geometría. Es que “La Geometría no se aprende con la inteligencia, sino que se comprende y se siente en el alma”, así me lo explicó mi Maestro.
Mi Maestro en Geometría fue mi profesor de matemáticas en el Instituto Nacional, el genial Alberto Zapata.
El profesor Zapata se caracterizaba entre muchas cosas por su humor ingenioso, fino e irónico y, muy en especial, por sus chaplinescos modales y gestos que eran imposibles de pasar inadvertidos, además graciosa y armónicamente mezclados con movimientos nerviosos y sonrisas exageradas, que de súbito asesinaba con una mueca de profunda tristeza y seriedad, todo eso en medio de interesantísimos desarrollos matemáticos que con mis compañeros escuchábamos alucinados con este maravilloso regalo al intelecto.
Una de mis aficiones era imitar personas y a poco andar me aprendí al singular profesor de matemáticas.
Un día que teníamos hora libre y el curso pedía calducho, lo imité.
Yo me enteraría con el tiempo que por muchos años el Maestro Zapata venía pidiendo una oportunidad para que le dejaran formar un curso, un sexto matemático al que convergieran los alumnos con habilidades en el área matemática, pero que además tuvieran problemas de conducta.
Antes de una semana los otros cursos sabían de mi nueva gracia y me pedían pequeñas muestras de imitación a Zapata, las que me retribuían con las celebraciones del caso.
Finalmente Alberto Zapata consiguió su objetivo y se creó el sexto matemático 6°F y ese mismo año lo conocí, pues precisamente por cumplir con los requisitos mencionados, a ese sexto resulté asignado junto con otros compañeros de nivel a quienes no menciono para no perjudicarlos, en todo caso también llegaron alumnos de los buenos, los correctos, esos que siempre son un ejemplo... fomes, pero ejemplares... y ahí nos juntamos santos y delincuentes y nos hicimos amigos a primera vista y además, por algún sospechoso capricho del destino, fui elegido presidente de curso.
Alberto Zapata vivía a tres cuadras de mi casa y muchas veces tomábamos el mismo trolebús, el Nº8.
Aún recuerdo aquel día en el trayecto cuando se acercó y me dijo:
-Me he enterado que usted lo hace tan bien como yo.
-No sé a qué se refiere señor -contesté.
-Yo sí sé y usted también sabe a qué me refiero -insistió Alberto Zapata.
-No señor, no sé -respondí bajando la voz.
-Mire Ferrer -me dijo- yo soy un hombre de excelente humor y no me preocupa que se rían de mí, sólo que me gustaría compartirlo. De modo que la próxima clase la hará usted, tal cual la haría yo, como tengo entendido que usted sabe hacerlo, yo lo estaré escuchando sentado en su puesto. Ahora pasaremos a mi casa y le entregaré apuntes para que estudie la materia, el tema será La Relación Aurea o Divina.
Entendí que Alberto Zapata hablaba en serio y me bajé con él en Irarrázabal con Antonio Varas, pasé a su casa, tomé el material y me fui directamente a preparar la exposición con gestos, chistes, bromas y asociaciones divertidas que a su vez fueran ayudas didácticas como las que él derrochaba clase a clase.
Me di cuenta lo difícil e inteligente que era aquel método. En realidad, hacer buen humor es algo muy serio, y en medio de mis esfuerzos por emularlo fue naciendo en mí una gran admiración por mi Maestro.
Alberto Zapata era un ser enigmático y lo seguirá siendo en el recuerdo de todos los que tuvimos el privilegio de conocerlo, por eso me preparé, pero no le comenté a nadie este asunto, pues no sabía si me estaba tomando el pelo, me quería dar una lección o simplemente estaba hablando en serio.
De todas formas me preparé y muy bien preparado.
De paso diré que el rendimiento que tuvo ese curso fue extraordinario... y así nació la impronta del 6°F, una institución dentro del Instituto Nacional.
Era un miércoles, Alberto Zapata entró y saludó como de costumbre. Estuvo unos minutos revisando el libro de clases, luego fue al pizarrón y escribió:
LA R E L A C I O N A U R E A O D I V I N A
A continuación dijo:
-Ferrer, usted hará esta clase tal como si fuera yo mismo en persona.
Me levanté absolutamente serio y salí adelante. Alberto Zapata me pasó la tiza como si fuera la antorcha olímpica y enseguida fue a sentarse a mi puesto mientras mis compañeros no salían de su asombro.
Me paré enfrente de ellos en silencio estático, idéntico al de Alberto Zapata y los quedé mirando un rato largo como lo hacía él, con las manos tomadas delante del pecho.
En la sala no volaba una mosca.
De repente rompí el hielo con una sonrisa forzada como las de Alberto Zapata y luego repetí tres o cuatro de sus inconfundibles tics nerviosos y mis compañeros soltaron la risa que aún mantenían reprimida, entonces regresé violentamente a la mueca triste-seria con que Alberto Zapata aniquilaba su sonrisa... nuevas carcajadas. Yo aún no pronunciaba ni una sola palabra.
De pronto sentí que estaba representando un rol tan singular como mágico, pero sin la magia del Maestro y ahí mismo quedé en blanco, se me olvidaron los chistes que había preparado y hasta la materia, entonces, obedeciendo un impulso, me fui a un costado del pizarrón y me quedé mirando melancólicamente a través de una ventana que daba a la calle Arturo Prat... y ahí me di cuenta que ése era el sitio preferido de concentración de Alberto Zapata y que en ese instante pasaba también a ser el mío.
En aquel lugar me pedí calma y me di valor, al fin y al cabo ya había logrado dominar la situación y el ambiente era como el que yo quería; la atmósfera no era de desorden, sino de buen humor y de aprendizaje, pues yo tenía claro que el desafío de fondo era enseñarles a mis compañeros qué era y en qué consistía la misteriosa y estética Relación Aurea o Divina.
Entonces, mientras dibujaba en la pizarra, dije lo siguiente:
A P B
|_____|_________|
Se produce Relación Aurea o Divina si un trazo AB es dividido por un puntito P en dos trazos AP y PB, tales que el trazo mayor (AP) es al menor (PB) como el trazo total (AB) es al mayor (AP).
Me volví a situar delante del curso y dije con intención y humor de Alberto Zapata:
-¿Entendió el “Divino Werth”?
Werth venía del Verbo Divino y Alberto Zapata por eso lo llamaba el “Divino Werth”. Yo aproveché de hacer un juego de palabras con eso y La Relación Aurea o Divina.
Entre risas, bromas, gestos, muecas y tics nerviosos fui desarrollando la clase al estilo del Maestro.
Todo fluía, Alberto Zapata desde mi asiento se reía contento y se ganaba la admiración, el respeto y el cariño de todos nosotros.
Al cabo de media hora de Geometría y humor, al igual que Alberto Zapata, me fui al pupitre del profesor, me senté y me puse a revisar el libro de clases mientras los demás tomaban apuntes de lo último dicho por mí y explicado en la pizarra.
Desde mi nuevo sitial empecé a hacer preguntas difíciles intencionalmente, como lo hacía él, a quienes suponía no me las responderían bien y, en efecto, así ocurrió, lo cual me dio oportunidad para sermones irónicos al estilo de Alberto Zapata que seguía sentado en mi puesto.
Entonces lo invité a participar:
-¿A ver usted Ferrer?
Alberto Zapata siguiéndome el juego me dio la respuesta correcta.
-Muy bien Ferrer. .. un siete -le dije alabándolo al tiempo que desnudaba mi lapicera.
Alberto Zapata se paró y me detuvo extendiéndome su mano fraterna y felicitándome al tiempo que pedía un aplauso para mí, sin interrumpir ni un sólo instante su sonrisa ancha, sincera y alentadora. Mis compañeros aplaudieron conscientes que habían sido testigos y protagonistas de una extraña y original alianza en el mismísimo Instituto Nacional.
Alberto Zapata hizo un comentario halagador sobre mi actuación y dio un par de minutos para que mis compañeros se acercaran a congratularme con abrazo y todo, y especialmente con cariño por este presidente de curso que los había sorprendido en complicidad con el profesor de matemáticas en esta insólita clase de Geometría.
Por muchos años, al mirar las listas de ingreso en las pizarras de la Escuela de Ingeniería de la Universidad de Chile, veíamos, al igual que cuando entramos nosotros, al lado del nombre del seleccionado, la señal sutil “6º F” que nos conectaba sin ostentación, como una marca iniciática, con gente que nunca conocimos y que ahora nos hacían un regalo al orgullo de ser discípulos del mismo Maestro.
-Bueno... ¿y sabes por qué te desperté para leerte esto?
-No.
-Porque acabo de enterarme que Alberto Zapata falleció hoy.
-No me digas.
-Así es... y qué curioso, justamente hoy pensé en él para que me ayudara a encontrar una Relación Aurea o Divina que intuyo en una figura geométrica que he tenido a mano.
-No sé qué decirte... de veras lo siento... yo no lo conocí, pero me emocioné con lo que escribiste.
-Mañana es el funeral, nunca he hablado en un cementerio, pero esta vez quizás me atreva... nadie me lo ha pedido, pero me gustaría despedirme de mi Maestro. Puedo leer esto mismo y terminar diciendo algo así como “Querido Maestro Alberto Zapata, descansa en Paz”.
La verdad es que nunca he hablado en un cementerio, pero mañana quizás me atreva...
Pasado la medianoche de este curioso y triste miércoles que estoy dejando atrás.
A Alberto Zapata, mi Maestro en Geometría
Miguel
Miércoles 20 de octubre de 1993
Medianoche.
Curioso y triste miércoles que estoy dejando atrás.
Justamente hoy le comentaba a un amigo sobre mis facilidades en Geometría. Es que “La Geometría no se aprende con la inteligencia, sino que se comprende y se siente en el alma”, así me lo explicó mi Maestro.
Mi Maestro en Geometría fue mi profesor de matemáticas en el Instituto Nacional, el genial Alberto Zapata.
El profesor Zapata se caracterizaba entre muchas cosas por su humor ingenioso, fino e irónico y, muy en especial, por sus chaplinescos modales y gestos que eran imposibles de pasar inadvertidos, además graciosa y armónicamente mezclados con movimientos nerviosos y sonrisas exageradas, que de súbito asesinaba con una mueca de profunda tristeza y seriedad, todo eso en medio de interesantísimos desarrollos matemáticos que con mis compañeros escuchábamos alucinados con este maravilloso regalo al intelecto.
Una de mis aficiones era imitar personas y a poco andar me aprendí al singular profesor de matemáticas.
Un día que teníamos hora libre y el curso pedía calducho, lo imité.
Yo me enteraría con el tiempo que por muchos años el Maestro Zapata venía pidiendo una oportunidad para que le dejaran formar un curso, un sexto matemático al que convergieran los alumnos con habilidades en el área matemática, pero que además tuvieran problemas de conducta.
Antes de una semana los otros cursos sabían de mi nueva gracia y me pedían pequeñas muestras de imitación a Zapata, las que me retribuían con las celebraciones del caso.
Finalmente Alberto Zapata consiguió su objetivo y se creó el sexto matemático 6°F y ese mismo año lo conocí, pues precisamente por cumplir con los requisitos mencionados, a ese sexto resulté asignado junto con otros compañeros de nivel a quienes no menciono para no perjudicarlos, en todo caso también llegaron alumnos de los buenos, los correctos, esos que siempre son un ejemplo... fomes, pero ejemplares... y ahí nos juntamos santos y delincuentes y nos hicimos amigos a primera vista y además, por algún sospechoso capricho del destino, fui elegido presidente de curso.
Alberto Zapata vivía a tres cuadras de mi casa y muchas veces tomábamos el mismo trolebús, el Nº8.
Aún recuerdo aquel día en el trayecto cuando se acercó y me dijo:
-Me he enterado que usted lo hace tan bien como yo.
-No sé a qué se refiere señor -contesté.
-Yo sí sé y usted también sabe a qué me refiero -insistió Alberto Zapata.
-No señor, no sé -respondí bajando la voz.
-Mire Ferrer -me dijo- yo soy un hombre de excelente humor y no me preocupa que se rían de mí, sólo que me gustaría compartirlo. De modo que la próxima clase la hará usted, tal cual la haría yo, como tengo entendido que usted sabe hacerlo, yo lo estaré escuchando sentado en su puesto. Ahora pasaremos a mi casa y le entregaré apuntes para que estudie la materia, el tema será La Relación Aurea o Divina.
Entendí que Alberto Zapata hablaba en serio y me bajé con él en Irarrázabal con Antonio Varas, pasé a su casa, tomé el material y me fui directamente a preparar la exposición con gestos, chistes, bromas y asociaciones divertidas que a su vez fueran ayudas didácticas como las que él derrochaba clase a clase.
Me di cuenta lo difícil e inteligente que era aquel método. En realidad, hacer buen humor es algo muy serio, y en medio de mis esfuerzos por emularlo fue naciendo en mí una gran admiración por mi Maestro.
Alberto Zapata era un ser enigmático y lo seguirá siendo en el recuerdo de todos los que tuvimos el privilegio de conocerlo, por eso me preparé, pero no le comenté a nadie este asunto, pues no sabía si me estaba tomando el pelo, me quería dar una lección o simplemente estaba hablando en serio.
De todas formas me preparé y muy bien preparado.
De paso diré que el rendimiento que tuvo ese curso fue extraordinario... y así nació la impronta del 6°F, una institución dentro del Instituto Nacional.
Era un miércoles, Alberto Zapata entró y saludó como de costumbre. Estuvo unos minutos revisando el libro de clases, luego fue al pizarrón y escribió:
LA R E L A C I O N A U R E A O D I V I N A
A continuación dijo:
-Ferrer, usted hará esta clase tal como si fuera yo mismo en persona.
Me levanté absolutamente serio y salí adelante. Alberto Zapata me pasó la tiza como si fuera la antorcha olímpica y enseguida fue a sentarse a mi puesto mientras mis compañeros no salían de su asombro.
Me paré enfrente de ellos en silencio estático, idéntico al de Alberto Zapata y los quedé mirando un rato largo como lo hacía él, con las manos tomadas delante del pecho.
En la sala no volaba una mosca.
De repente rompí el hielo con una sonrisa forzada como las de Alberto Zapata y luego repetí tres o cuatro de sus inconfundibles tics nerviosos y mis compañeros soltaron la risa que aún mantenían reprimida, entonces regresé violentamente a la mueca triste-seria con que Alberto Zapata aniquilaba su sonrisa... nuevas carcajadas. Yo aún no pronunciaba ni una sola palabra.
De pronto sentí que estaba representando un rol tan singular como mágico, pero sin la magia del Maestro y ahí mismo quedé en blanco, se me olvidaron los chistes que había preparado y hasta la materia, entonces, obedeciendo un impulso, me fui a un costado del pizarrón y me quedé mirando melancólicamente a través de una ventana que daba a la calle Arturo Prat... y ahí me di cuenta que ése era el sitio preferido de concentración de Alberto Zapata y que en ese instante pasaba también a ser el mío.
En aquel lugar me pedí calma y me di valor, al fin y al cabo ya había logrado dominar la situación y el ambiente era como el que yo quería; la atmósfera no era de desorden, sino de buen humor y de aprendizaje, pues yo tenía claro que el desafío de fondo era enseñarles a mis compañeros qué era y en qué consistía la misteriosa y estética Relación Aurea o Divina.
Entonces, mientras dibujaba en la pizarra, dije lo siguiente:
A P B
|_____|_________|
Se produce Relación Aurea o Divina si un trazo AB es dividido por un puntito P en dos trazos AP y PB, tales que el trazo mayor (AP) es al menor (PB) como el trazo total (AB) es al mayor (AP).
Me volví a situar delante del curso y dije con intención y humor de Alberto Zapata:
-¿Entendió el “Divino Werth”?
Werth venía del Verbo Divino y Alberto Zapata por eso lo llamaba el “Divino Werth”. Yo aproveché de hacer un juego de palabras con eso y La Relación Aurea o Divina.
Entre risas, bromas, gestos, muecas y tics nerviosos fui desarrollando la clase al estilo del Maestro.
Todo fluía, Alberto Zapata desde mi asiento se reía contento y se ganaba la admiración, el respeto y el cariño de todos nosotros.
Al cabo de media hora de Geometría y humor, al igual que Alberto Zapata, me fui al pupitre del profesor, me senté y me puse a revisar el libro de clases mientras los demás tomaban apuntes de lo último dicho por mí y explicado en la pizarra.
Desde mi nuevo sitial empecé a hacer preguntas difíciles intencionalmente, como lo hacía él, a quienes suponía no me las responderían bien y, en efecto, así ocurrió, lo cual me dio oportunidad para sermones irónicos al estilo de Alberto Zapata que seguía sentado en mi puesto.
Entonces lo invité a participar:
-¿A ver usted Ferrer?
Alberto Zapata siguiéndome el juego me dio la respuesta correcta.
-Muy bien Ferrer. .. un siete -le dije alabándolo al tiempo que desnudaba mi lapicera.
Alberto Zapata se paró y me detuvo extendiéndome su mano fraterna y felicitándome al tiempo que pedía un aplauso para mí, sin interrumpir ni un sólo instante su sonrisa ancha, sincera y alentadora. Mis compañeros aplaudieron conscientes que habían sido testigos y protagonistas de una extraña y original alianza en el mismísimo Instituto Nacional.
Alberto Zapata hizo un comentario halagador sobre mi actuación y dio un par de minutos para que mis compañeros se acercaran a congratularme con abrazo y todo, y especialmente con cariño por este presidente de curso que los había sorprendido en complicidad con el profesor de matemáticas en esta insólita clase de Geometría.
Por muchos años, al mirar las listas de ingreso en las pizarras de la Escuela de Ingeniería de la Universidad de Chile, veíamos, al igual que cuando entramos nosotros, al lado del nombre del seleccionado, la señal sutil “6º F” que nos conectaba sin ostentación, como una marca iniciática, con gente que nunca conocimos y que ahora nos hacían un regalo al orgullo de ser discípulos del mismo Maestro.
-Bueno... ¿y sabes por qué te desperté para leerte esto?
-No.
-Porque acabo de enterarme que Alberto Zapata falleció hoy.
-No me digas.
-Así es... y qué curioso, justamente hoy pensé en él para que me ayudara a encontrar una Relación Aurea o Divina que intuyo en una figura geométrica que he tenido a mano.
-No sé qué decirte... de veras lo siento... yo no lo conocí, pero me emocioné con lo que escribiste.
-Mañana es el funeral, nunca he hablado en un cementerio, pero esta vez quizás me atreva... nadie me lo ha pedido, pero me gustaría despedirme de mi Maestro. Puedo leer esto mismo y terminar diciendo algo así como “Querido Maestro Alberto Zapata, descansa en Paz”.
La verdad es que nunca he hablado en un cementerio, pero mañana quizás me atreva...
Pasado la medianoche de este curioso y triste miércoles que estoy dejando atrás.
A Alberto Zapata, mi Maestro en Geometría
Miguel
Miércoles 20 de octubre de 1993
2 comentarios
Jorge Leiva -
Jorge Bugueño -